2—Llamados a la fiesta de bodas

Sermón predicado en Washington, Township, Iowa, alrededor de 1874.
Canaan Quibdó
rey hace un banquete
2—Llamados a la fiesta de bodas

Llamados a la fiesta de bodas

L A LECTURA bíblica que he escogido como base para mi reflexión se encuentra en Mateo 22, vamos a leer a partir del primer versículo (se citan los versículos 1-10).

Mateo 22: 1-10 1 Jesús volvió a hablarles en parábolas, y les dijo:
2 «El reino de los cielos es como un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo.
3 Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados, pero estos se negaron a asistir al banquete.
4 Luego mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan a los invitados que ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas”.
5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio.
6 Los demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron.
7 El rey se enfureció. Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad.
8 Luego dijo a sus siervos: “El banquete de bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir.
9 Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a todos los que encuentren”.
10 Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas.
Esta porción de la Escritura, a la que me he referido y que les he presentado, tiene un significado mucho más profundo de lo que soy capaz de explicar. Es de sumo interés para nosotros, y debiéramos tomarla en cuenta y atesorarla en nuestras mentes. Si examinamos a fondo la sagrada Palabra de Dios veremos que cuando el Mesías prometido, el Hijo de Dios, vino al mundo, su propio pueblo, su propia nación, los judíos, no querían recibirlo y no lo recibieron. Según lo dicho por Juan: «A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron» (Juan 1: 11). La provisión fue hecha, pero no lo recibieron. El mismo Padre proporcionó un rescate, de hecho un sacrificio .

Sermón predicado en Washington, Township, Iowa, alrededor de 1874. Manuscrito 8, 1874. su Padre, vino a este mundo de pecado, se convirtió en un varón de dolores, experimentado en quebranto. Anduvo haciendo bienes, hablando tiernamente, diciendo con el acento más profundo, más ferviente y más dulce jamás pronunciado: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mat 11: 28, 29). Él nos asegura que hallaremos descanso para nuestras almas.

La boda ya está lista

«Volvió a enviar otros siervos con este encargo: “Decid a los invitados que ya he preparado mi comida. He hecho matar mis toros y mis animales engordados, y todo está dispuesto; venid a la boda”. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron: uno a su labranza, otro a sus negocios» (Mat. 22: 4, 5). El gran Rey había preparado una fiesta de boda a su Hijo. Durante siglos él ha enviado a sus siervos diciendo: «Venid, que todo está dispuesto”. 


Pero ¡cuán poca atención presta [la gente del mundo] a la invitación! No le hacen caso y siguen dedicados a las ocupaciones y placeres mundanales. Lo mismo que han hecho durante siglos. Pero el Rey envió a su ejército, destruye a esos homicidas y quema su ciudad. Daniel 9: 26 dice que: «El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad [...], su final llegará como una inundación”. «Entonces dijo a sus siervos: “La boda a la verdad está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos y llamad a la boda a cuantos halléis”» (Mat. 22: 8-9).
En el capítulo 14 de Lucas, versículo 16, encontramos que se había preparado una gran cena y muchos fueron convidados. Se enviaron siervos a decir a los que fueron convidados: «Venid, que ya todo está listo” (v. 17). Pero ellos se excusaron. El Rey ha preparado una cena de bodas para su Hijo. Ha enviado a sus siervos a decir a los que están convidados: «Venid a las bodas». El Señor envía a sus siervos, diciendo a todos los que quieran escuchar: «Vengan, alístense para la gran cena de bodas del Cordero. 

Él viene pronto para recibir a todos los fieles en las mansiones que ha preparado y para que participen en la fiesta que él ha preparado”. Está enviando, y ha estado enviando a sus siervos durante los últi- mos treinta años a decir a su pueblo: «Vengan, prepárense, vístanse con sus vestidos de boda, vístanse de mansedumbre, de humildad y de verdad; revístanse con la justicia de Cristo para que puedan comparecer ante él y entrar en la sala de invitados con los que se sentarán conmigo en las bodas de mi hijo”.

Vestidos con el traje de bodas

Todos deben estar vestidos con el traje de bodas para ser aceptados, para que no sean sorprendidos. ¿No consideran importante que nos encontremos vestidos con el manto de justicia, que estemos listos cuando el esposo venga a participar en la cena de bodas? ¡Ojalá que prestemos atención a la invitación hecha y que nos preparemos para que podamos entrar en la mansión del Maestro! Para que él no le diga a ninguno de los que fueron convidados que no gustará su cena. En la parábola, los que fueron invitados no le dieron importancia a la invitación, sino que continuaron excusándose, regocijándose en los placeres de este mundo como lo hacen multitudes en la actualidad.

 
Los siervos de Dios están invitándolos e implorándoles que se aparten de las tentadoras escenas de este mundo vano y fugaz, que se preparen para la cena de bodas, pero ellos no hacen caso. Les oímos decir: «No hay peligro, el día de mañana será como este, o mucho mejor. No necesitamos que nos molesten. Debemos atender las granjas, las mercancías y las cosas de esta vida para que no perdamos los intereses mundanos, empobrezcamos y tengamos necesidad”. 


Ellos se olvidan de que el que cuida de los gorrioncillos y viste los lirios del campo, tiene cuidado del alma humilde y confiada, que guiará y dirigirá a todos aquellos que están prestos para hacer su voluntad y les concederá a sus amados hijos todo lo que necesiten. Ha prometido entregar una corona de gloria inmarcesible, un manto de justicia y entrada en la hermosa ciudad de nuestro Dios a quienes alcancen la victoria mediante la paciencia y la perseverancia.

 
Este mismo rey está enviando hoy a sus siervos. Está convidando a sus invitados, diciendo: «Venid, que ya todo está listo». El Señor de la boda viene pronto. He aquí, está a la puerta. No tarden en abrirla, no sea que no los reciba y no entren en el banquete de bodas. Abran la puerta y reciban al Maestro, para que puedan entrar en las mansiones de eterno descanso y gloria imperecedera preparada para todos aquellos que le aman. Quién se preparará para la venida de aquel que ha dicho: «¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apoc. 22: 12).

 
Si descuidamos nuestros intereses espirituales y dejamos de ofrecer sacrificios agradables delante de Dios, que es nuestro verdadero deber, nos enredaremos en los asuntos menos importantes de esta vida. Si olvidamos siquiera una vez nuestra responsabilidad diaria de suplicar a Dios por su ayuda, su cuidado y protección, perderemos el gozo de ese día. Como no tenemos la dulce y enternecedora influencia del Espíritu Santo de Dios acompañándonos durante todo el día, con facilidad nos sentiremos abatidos y desalentados. 

El enemigo de las almas está listo para aprovecharse de nosotros y a menudo lo hace, llevándonos al cautiverio y al pecado.

Ocupados en asuntos baladíes

A veces podríamos estar atareados por servir como Marta, pero ¡cuánto más loable fue el acto de María, que se sentó y escuchó las enseñanzas de Jesús! Él dijo: «Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas [...]. Pero María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Luc. 10: 41, 42). ¡Cuántas veces los asuntos de este mundo vano y engañoso se interponen entre nosotros y nuestros intereses eternos! Los intereses temporales surgen de repente dentro de nuestros corazones y ahogan aquello que es espiritual. Permitimos que el enemigo de la justicia nos persuada a prestar absoluta atención a las cosas de esta vida. 


De vez en cuando descuidamos deberes más importantes por miedo a padecer necesidad. Hemos de rogar fielmente a Dios que nos dé fuerzas para que podamos cumplir los deberes temporales y al mismo tiempo que nos dé la gracia y la sabiduría para vencer el mal. Si tenemos nuestras esperanzas puestas en lo alto y nuestros intereses en el cielo, a donde contemplamos al Hijo del hombre que ha convidado a las bodas a todos los que quieran venir, que ha subido a lo alto a preparar mansiones para todos aquellos que aman y guardan sus palabras, y nos ha dicho que él acude a recibirnos, podremos entrar a la fiesta de bodas con él, para que donde él esté también nosotros estemos. Si nos apartamos de esos llamamientos e invitaciones, ¿cuál será la consecuencia? En Hechos 13: 46 se nos dice que si desechamos la obra de Dios, y nos consideremos indignos de la vida eterna, no tenemos ninguna razón para esperar la entrada en el reino. Lucas 14: 24 nos informa que «ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena». 


El gran Padre eterno ha preparado una fiesta de bodas a su Hijo. ¿Prestaremos atención a sus siervos que han sido y están siendo enviados a hacernos la solemne invitación? ¿O no le haremos caso? ¡Oh!, ¿por qué rehusar prepararnos para las bodas del hijo de Dios? Hay lugar para todo aquel que acepte la invitación. Nadie puede decir que esas cosas no fueron debidamente descritas. Recuerden, cuando el buen hombre regrese, aquellos que estén preparados entrarán a la fiesta, y la puerta se cerrará y no habrá más acceso, pues leemos que cuando «el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta» (Luc. 13: 25), entonces los que quisieran entrar oirán la respuesta: «No sé de dónde sois [...]; apartaos de mí”. Ojalá que escuchemos la solemne advertencia y nos preparemos para entrar a las bodas, para que su casa se pueda llenar. 

La Palabra de Dios dice: «Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida, y poder entrar por las puertas en la ciudad» (Apoc. 22: 14, RVA). Ojalá que seamos hallados fieles, que seamos diligentes en nuestra vocación y que nos aferremos a la promesa hecha a los fieles, esa es mi oración.


 

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