Llamados a la fiesta de bodas
L A LECTURA bíblica que he escogido como base para mi reflexión se encuentra en Mateo 22, vamos a leer a partir del primer versículo (se citan los versículos 1-10).
2 «El reino de los cielos es como un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo.
3 Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados, pero estos se negaron a asistir al banquete.
4 Luego mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan a los invitados que ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas”.
5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio.
6 Los demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron.
7 El rey se enfureció. Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad.
8 Luego dijo a sus siervos: “El banquete de bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir.
9 Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a todos los que encuentren”.
10 Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas.
Sermón predicado en Washington, Township, Iowa, alrededor de 1874. Manuscrito 8, 1874. su Padre, vino a este mundo de pecado, se convirtió en un varón de dolores, experimentado en quebranto. Anduvo haciendo bienes, hablando tiernamente, diciendo con el acento más profundo, más ferviente y más dulce jamás pronunciado: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mat 11: 28, 29). Él nos asegura que hallaremos descanso para nuestras almas.
La boda ya está lista
«Volvió a enviar otros siervos con este encargo: “Decid a los invitados que ya he preparado mi comida. He hecho matar mis toros y mis animales engordados, y todo está dispuesto; venid a la boda”. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron: uno a su labranza, otro a sus negocios» (Mat. 22: 4, 5). El gran Rey había preparado una fiesta de boda a su Hijo. Durante siglos él ha enviado a sus siervos diciendo: «Venid, que todo está dispuesto”.
Pero ¡cuán poca
atención presta [la gente del mundo] a la invitación! No le hacen caso y siguen
dedicados a las ocupaciones y placeres mundanales. Lo mismo que han hecho
durante siglos. Pero el Rey envió a su ejército, destruye a esos homicidas y
quema su ciudad. Daniel 9: 26 dice que: «El pueblo de un príncipe que ha de venir
destruirá la ciudad [...], su final llegará como una inundación”.
«Entonces dijo a sus siervos: “La boda a la verdad está preparada, pero los que
fueron invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos y llamad a
la boda a cuantos halléis”» (Mat. 22: 8-9).
En el capítulo 14 de Lucas, versículo 16, encontramos que se había preparado
una gran cena y muchos fueron convidados. Se enviaron siervos a decir a los que
fueron convidados: «Venid, que ya todo está listo” (v. 17). Pero ellos se excusaron.
El Rey ha preparado una cena de bodas para su Hijo. Ha enviado a sus siervos a
decir a los que están convidados: «Venid a las bodas». El Señor envía a sus
siervos, diciendo a todos los que quieran escuchar: «Vengan, alístense para la
gran cena de bodas del Cordero.
Él viene pronto para recibir a todos los fieles en las mansiones que ha preparado y para que participen en la fiesta que él ha preparado”. Está enviando, y ha estado enviando a sus siervos durante los últi- mos treinta años a decir a su pueblo: «Vengan, prepárense, vístanse con sus vestidos de boda, vístanse de mansedumbre, de humildad y de verdad; revístanse con la justicia de Cristo para que puedan comparecer ante él y entrar en la sala de invitados con los que se sentarán conmigo en las bodas de mi hijo”.
Vestidos con el traje de bodas
Todos deben estar vestidos con el traje de bodas para ser aceptados, para que no sean sorprendidos. ¿No consideran importante que nos encontremos vestidos con el manto de justicia, que estemos listos cuando el esposo venga a participar en la cena de bodas? ¡Ojalá que prestemos atención a la invitación hecha y que nos preparemos para que podamos entrar en la mansión del Maestro! Para que él no le diga a ninguno de los que fueron convidados que no gustará su cena. En la parábola, los que fueron invitados no le dieron importancia a la invitación, sino que continuaron excusándose, regocijándose en los placeres de este mundo como lo hacen multitudes en la actualidad.
Los siervos de Dios están invitándolos e implorándoles que se aparten de las
tentadoras escenas de este mundo vano y fugaz, que se preparen para la cena de
bodas, pero ellos no hacen caso. Les oímos decir: «No hay peligro, el día de
mañana será como este, o mucho mejor. No necesitamos que nos molesten.
Debemos atender las granjas, las mercancías y las cosas de esta vida para que
no perdamos los intereses mundanos, empobrezcamos y tengamos necesidad”.
Ellos se olvidan de que el que cuida de los gorrioncillos y viste los lirios del campo, tiene cuidado del alma humilde y confiada, que guiará y dirigirá a todos aquellos que están prestos para hacer su voluntad y les concederá a sus amados hijos todo lo que necesiten. Ha prometido entregar una corona de gloria inmarcesible, un manto de justicia y entrada en la hermosa ciudad de nuestro Dios a quienes alcancen la victoria mediante la paciencia y la perseverancia.
Este mismo rey está enviando hoy a sus siervos. Está convidando a sus invitados,
diciendo: «Venid, que ya todo está listo». El Señor de la boda viene pronto. He
aquí, está a la puerta. No tarden en abrirla, no sea que no los reciba y no entren en el banquete de bodas. Abran la puerta y reciban al Maestro, para que puedan entrar en las mansiones de eterno descanso y gloria imperecedera preparada para todos aquellos que le aman. Quién se preparará para la venida de aquel que ha
dicho: «¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apoc. 22: 12).
Si descuidamos nuestros intereses espirituales y dejamos de ofrecer sacrificios agradables delante de Dios, que es nuestro verdadero deber, nos enredaremos en los asuntos menos importantes de esta vida. Si olvidamos siquiera una vez nuestra responsabilidad diaria de suplicar a Dios por su ayuda, su cuidado y protección, perderemos el gozo de ese día. Como no tenemos la dulce y enternecedora influencia del Espíritu Santo de Dios acompañándonos durante todo el día, con facilidad nos sentiremos abatidos y desalentados.
El enemigo de las almas está listo para aprovecharse de nosotros y a menudo lo hace, llevándonos al cautiverio y al pecado.